¿Qué es la contaminación lumínica?
Podemos definirla como una forma de degradación ambiental, en la que la excesiva iluminación artificial en exteriores, como farolas, letreros de neón y carteles iluminados, afecta al entorno natural y su ecosistema. El derroche de la luz emitida directamente hacia el cielo, o reflejada hacia el mismo desde fuentes de luz artificial mal diseñadas o instaladas, reduce el número de estrellas visibles debido a la disminución del contraste de las mismas con el brillo del cielo nocturno.
La mayoría de las personas de más de 60 años recuerda perfectamente haber podido contemplar el cielo estrellado y la Vía Láctea en plena ciudad, independientemente del lugar en donde vivían en su juventud. Sin embargo, debido a la proliferación de la contaminación lumínica, las personas nacidas en grandes ciudades durante las últimas dos décadas son la primera generación en la historia que ha crecido en un mundo en el que la visión del cielo estrellado está prácticamente ausente de su entorno cultural.
El efecto denominado “skyglow”, o resplandor del cielo, es el resultado del reflejo y dispersión de esa luz artificial por las nubes, los aerosoles y las partículas en suspensión en la atmósfera. La dispersión propaga los efectos de la contaminación lumínica a distancias más allá de la posición de la fuente original de la luz, iluminando el cielo nocturno en su totalidad y formando una especie de cúpula luminosa o “domo de luz” cuando se lo observa desde cierta distancia.
La distinción entre el día y la noche está desapareciendo rápidamente en las regiones más pobladas de la Tierra, con profundas consecuencias para la salud humana y el medio ambiente.
Problemas de salud en seres humanos
A nivel mundial, estamos viendo un uso cada vez más generalizado de lámparas LED y lámparas fluorescentes compactas (CFL, conocidas comúnmente como de bajo consumo). El consumo energético de este tipo de lámparas es mucho más eficiente que las antiguas lámparas incandescentes con las que crecimos. Desafortunadamente, la mayoría de los LEDs utilizados para iluminación exterior, así como los de las pantallas de computadoras, televisores, teléfonos celulares y otros dispositivos electrónicos, emiten abundante energía en las longitudes de onda de la luz azul.
La exposición a la luz azul generada por esos LEDs resulta particularmente dañina para los seres humanos. Esto se debe a que nuestros procesos fisiológicos son regulados por los ritmos circadianos, que producen un patrón alternado de períodos de sueño y vigilia, determinado por el ciclo natural día-noche. Nuestros cuerpos producen melatonina en respuesta a esta especie de reloj biológico; se trata de una hormona que nos ayuda a mantenernos saludables: tiene propiedades antioxidantes, induce el sueño, fortalece el sistema inmunológico, reduce el colesterol y ayuda al funcionamiento de la tiroides, el páncreas, los ovarios, los testículos y las glándulas suprarrenales.
Recientes estudios científicos demuestran que la exposición nocturna a la luz artificial con una temperatura de color superior a los 3000 grados Kelvin suprime la producción de melatonina, y esto afecta negativamente la salud humana, ya que aumenta los riesgos de obesidad, depresión, trastornos del sueño, diabetes, cáncer de mama y enfermedades cardiovasculares.
Desperdicio de energía eléctrica y recursos económicos
Se estima que entre un 10 y un 15 por ciento del consumo de electricidad residencial en Argentina se utiliza para la iluminación de ambientes exteriores. Alrededor del 30 por ciento de ese alumbrado exterior se desperdicia, principalmente por luminarias que no están apantalladas, están mal orientadas, emiten demasiada luz, o se dejan encendidas cuando no resultan necesarias. Ese derroche de energía eléctrica tiene enormes consecuencias económicas y ambientales: sólo en nuestro país, en el contexto actual de crisis energética, esto representa en promedio un desperdicio anual de al menos 4.500 millones de kilowatts-hora.
La generación de ese suministro eléctrico cuesta unos 9.300 millones de pesos anuales, e involucra el lanzamiento de más de dos millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera por año. Para compensar todo ese dióxido de carbono, sólo en Argentina, tendríamos que plantar unos 10 millones de árboles al año. En promedio, este derroche equivale a un costo de más de 200 pesos al año por cada habitante de nuestro país.
Por eso, resulta imprescindible alcanzar una mayor grado de eficiencia en el uso de la energía eléctrica:
- Las lámparas LED y CFL ayudan a reducir el consumo, pero para no agravar el problema de la contaminación lumínica, deben ser de color blanco cálido, con una temperatura de color inferior a los 3.000 grados Kelvin.
- La luminarias exteriores deben estar apantalladas, y su luz dirigida hacia el suelo, donde realmente se la necesita, y no hacia el cielo. Así pueden proporcionar el mismo nivel de iluminación a nivel del suelo que las no apantalladas, consumiendo menos energía, ahorrando cientos de millones de pesos al año en Argentina, y reduciendo nuestras emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera.
- La iluminación interior y exterior que resulta innecesaria, como en edificios de oficinas y estacionamientos vacíos durante la noche, debe apagarse.
Efectos adversos en el medioambiente
Durante miles de millones de años, la mayoría de las formas de vida en la Tierra han dependido del ciclo diario de luz y oscuridad producido por la rotación de nuestro planeta. Ese ritmo natural de día y noche está codificado en el ADN de todas las plantas y animales, y resulta imprescindible para controlar comportamientos vitales como su reproducción, nutrición y períodos de sueño. Sin embargo, en las últimas décadas, los seres humanos hemos interrumpido radicalmente este ciclo reduciendo la noche a su mínima expresión a través de la iluminación artificial. Por eso, la contaminación lumínica afecta a una amplia variedad de organismos vivos, incluidos mamíferos, aves, reptiles, peces, insectos e incluso microorganismos, causando efectos adversos sobre el medioambiente y el ecosistema.
Los animales nocturnos duermen durante el día y están activos por la noche. La contaminación lumínica altera radicalmente su entorno, convirtiendo la noche en día. Por otro lado, muchos depredadores usan la luz para cazar, y sus presas usan la oscuridad de la noche como protección. Pero cerca de las ciudades, los cielos nublados son ahora cientos, o incluso miles de veces más brillantes que hace 200 años. Algunos depredadores explotan esta atracción en su beneficio, afectando las redes tróficas de formas imprevistas. Estamos empezando a descubrir los drásticos efectos que la contaminación lumínica tiene en la ecología nocturna.
El resplandor del cielo también puede afectar los hábitats de los humedales que albergan anfibios como ranas y sapos, cuyo croar nocturno forma parte de su ritual de apareamiento. Además, la disminución de las poblaciones de algunos insectos atraídos por la excesiva iluminación afecta negativamente a todas las especies que dependen de ellos para su alimentación o polinización.
Varios estudios científicos recientes muestran que la contaminación lumínica interfiere particularmente en los comportamientos de migración y reproducción de diversos tipos de criaturas, lo que eventualmente amenazará la biodiversidad.
En defensa del cielo nocturno
El firmamento es un recurso natural precioso para toda la vida en la Tierra, pero el avance descontrolado de la contaminación lumínica en las últimas décadas ha ocultado las estrellas y cambiado nuestra percepción de la noche. Hasta hace poco, durante toda la historia de la humanidad, nuestros antepasados pudieron experimentar un cielo nocturno repleto de estrellas, lo que inspiró el desarrollo de la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura.
El cielo nocturno es un patrimonio común y universal, pero está volviéndose rápidamente inaccesible -y por lo tanto, desconocido- para las nuevas generaciones. Van Gogh pintó su famosa obra “Noche estrellada” en el pueblo de Saint Rémy, Francia, en 1889. Lamentablemente, a causa de la contaminación lumínica, la Vía Láctea ya no se puede observar a simple vista desde allí en la actualidad. Si Van Gogh viviera hoy, ¿se sentiría inspirado a crear su “Noche estrellada”?
Experimentar el cielo nocturno en todo su esplendor nos proporciona perspectiva, inspiración, y nos lleva a reflexionar sobre nuestra humanidad y nuestro lugar en el Universo. La historia del descubrimiento científico e incluso la curiosidad humana están en deuda con la contemplación del cielo naturalmente estrellado.
Sin el incentivo del cielo nocturno natural, los seres humanos no podríamos haber navegado por el mundo, ni caminado en la superficie de la Luna. Tampoco hubiéramos aprendido que nuestro Universo sigue expandiéndose, ni descubierto que la mayor parte de los elementos químicos que conforman nuestros cuerpos y todo lo que nos rodea, fueron creados en el interior de generaciones tras generaciones de estrellas.
Por eso, desde la Fundación Cielo Sustentable, creemos que resulta necesario implementar con urgencia acciones para cuantificar y en lo posible revertir los efectos de la contaminación lumínica con el objetivo de contener su avance, concientizando a la población sobre la gravedad de esta problemática.